Se dice que la esperanza es lo último que se pierde, pero aun
así es difícil mantenerla aunque aun más difícil es generar optimismo en las
situaciones más adversas. Hoy voy a hablar de La vida es bella (Roberto
Benigni, 1997), una película capaz de crear esperanza y optimismo hasta en las
situaciones más complicadas.
La película nos cuenta la historia de Guido, Dora y Josué, una
familia italiana judía, que es internada en un campo de concentración durante la II Guerra Mundial. Allí,
Guido hará lo imposible por salvar a su esposa y mantener vivo a su hijo Josué
haciéndolo creer que todo forma parte de un juego.
En una entrevista Benigni dijo: “Decidí
que no relataría ningún hecho real ni mostraría escenas violentas, ese es otro
estilo, quería hacer una fábula amarga, donde se realzara el amor y el coraje,
una película bella; por encima de todas las cosas, bella”. Y vaya si lo
consiguió. La comunidad ítalo-judía acabó encantada con la película a pesar de
haber tenido sus dudas en un primer momento.
Ya lo decía Borges, la palabra es una elemento con capacidad
de crear una realidad. Y precisamente eso es lo que ha hecho Roberto Benigni en
La vida es bella, crear una nueva realidad con un nuevo significado para
mantener a salvo algo que era muy importante para él: la ingenuidad, la
inocencia y la sencillez de la niñez.
No hay nada más grande que el amor de un padre por su hijo. Y
no hay nada que un padre no quiera hacer por su hijo. Crear una nueva realidad
para mantener el espíritu de un niño y su inocencia pueden hacernos mantener
viva la llama de la esperanza. Y no solo eso, pueden seguir vivos dentro de
nosotros aunque seamos adultos, utilizando como único elemento la palabra para
dar nuevos significados a las cosas. Un
elemento que puede parecer inofensivo pero que esta película demuestra que es
muy poderoso.
"¡Mamá!, papá me lleva en carretilla pero lo hace fatal. Me hace morir de risa. Vamos los primeros. ¿Cuántos puntos tenemos hoy papá?" Josué
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